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Por
Carlos GavilanesUn estudio mostró que mientras se acelera el deterioro cognitivo, se incrementa el tiempo de sueño diurno en los adultos mayores.
MADRID. La siesta diurna entre los adultos mayores es una parte normal del envejecimiento, pero también puede presagiar la enfermedad de Alzheimer y otras demencias. Y una vez que se diagnostica la demencia o su precursor habitual, el deterioro cognitivo leve, la frecuencia y/o la duración de la siesta se acelera rápidamente, según un nuevo estudio publicado en ‘Alzheimer’s and Dementia: The Journal of the Alzheimer’s Association’.
El estudio, dirigido por la Universidad de California en San Francisco y la Facultad de Medicina de Harvard, junto con el Brigham and Women’s Hospital, su filial docente, todos ellos en Estados Unidos, se aleja de la teoría de que la siesta diurna en las personas mayores sirve simplemente para compensar el escaso sueño nocturno.
Por el contrario, apunta a los trabajos de otros investigadores de la UCSF que sugieren que la demencia puede afectar a las neuronas que promueven la vigilia en áreas clave del cerebro, afirman los investigadores en su artículo
«Encontramos que la asociación entre la siesta diurna excesiva y la demencia se mantuvo después de ajustar la cantidad y la calidad del sueño nocturno –destaca el coautor principal Yue Leng, del Departamento de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento de la UCSF–. Esto sugiere que el papel de la siesta diurna es importante en sí mismo y es independiente del sueño nocturno«, dijo Leng, que se asoció con Kun Hu, de la Escuela de Medicina de Harvard, en la autoría principal del trabajo».
En el estudio, los investigadores siguieron los datos de 1.401 ancianos, a los que el Proyecto Rush de Memoria y Envejecimiento del Centro de la Enfermedad de Alzheimer de Rush, en Chicago, había seguido durante 14 años.
Los participantes, cuya edad media era de 81 años y de los que aproximadamente tres cuartas partes eran mujeres, llevaban un dispositivo similar a un reloj que registraba la movilidad. Cada período prolongado de inactividad desde las 9 de la mañana hasta las 7 de la tarde se interpretaba como una siesta.
El dispositivo se llevaba cada año de forma continua durante un máximo de 14 días, y una vez al año cada participante se sometía a una batería de pruebas neuropsicológicas para evaluar la cognición. Al inicio del estudio, el 75,7% de los participantes no tenía deterioro cognitivo, mientras que el 19,5% tenía un deterioro cognitivo leve y el 4,1% padecía la enfermedad de Alzheimer.
En el caso de los participantes que no desarrollaron deterioro cognitivo, las siestas diurnas diarias aumentaron una media de 11 minutos al año. La tasa de aumento se duplicó tras el diagnóstico de deterioro cognitivo leve hasta un total de 24 minutos y casi se triplicó hasta un total de 68 minutos tras el diagnóstico de la enfermedad de Alzheimer.
Cuando los investigadores analizaron el 24% de los participantes que tenían una cognición normal al inicio del estudio pero que desarrollaron Alzheimer seis años después, y los compararon con aquellos cuya cognición se mantuvo estable, encontraron diferencias en los hábitos de siesta.
Los participantes que dormían la siesta más de una hora al día tenían un 40% más de riesgo de desarrollar Alzheimer que los que dormían la siesta menos de una hora al día; y los participantes que dormían la siesta al menos una vez al día tenían un 40% más de riesgo de desarrollar Alzheimer que los que dormían la siesta menos de una vez al día.
La investigación confirma los resultados de un estudio de 2019, del que Leng fue el primer autor, que descubrió que los hombres mayores que dormían la siesta dos horas al día tenían más probabilidades de desarrollar un deterioro cognitivo que los que dormían la siesta menos de 30 minutos al día. El estudio actual se basa en estos hallazgos al evaluar tanto la siesta diurna como la cognición cada año, abordando así la direccionalidad, señala Leng.
Según los investigadores, el aumento de las siestas podría explicarse por otro estudio de 2019, realizado por otros investigadores de la UCSF, en el que se compararon los cerebros postmortem de personas con la enfermedad de Alzheimer con los de personas sin deterioro cognitivo.
Se descubrió que los que tenían la enfermedad de Alzheimer tenían menos neuronas promotoras de la vigilia en tres regiones del cerebro. Estos cambios neuronales parecen estar relacionados con los ovillos de tau, un sello distintivo del Alzheimer, caracterizado por el aumento de la actividad de las enzimas que hace que la proteína se pliegue mal y se agrupe.
«Es plausible que las asociaciones que hemos observado de excesiva siesta diurna en la línea de base, y un mayor riesgo de enfermedad de Alzheimer durante el seguimiento, puedan reflejar el efecto de la patología de la enfermedad de Alzheimer en etapas preclínicas», señalan los autores.
El estudio demuestra por primera vez que la siesta y la enfermedad de Alzheimer «parecen impulsar los cambios de la otra parte de forma bidireccional –señala Leng, que también está afiliado al Instituto Weill de Neurociencias de la UCSF–. No creo que tengamos suficientes pruebas para sacar conclusiones sobre una relación causal, que sea la siesta en sí misma la causante del envejecimiento cognitivo, pero la siesta diurna excesiva podría ser una señal de envejecimiento acelerado o del proceso de envejecimiento cognitivo».
«Sería muy interesante para futuros estudios explorar si la intervención de las siestas puede ayudar a frenar el deterioro cognitivo relacionado con la edad», concluye.
fuente: (EUROPAPRESS)